El epicentro de la batalla: las unidades de cuidados intensivos.
El epicentro de la batalla:
las unidades de cuidados intensivos.
Miguel Carbonell.
La pandemia de coronavirus va a llegar como un huracán a México. Nuestro sistema de salud, que atraviesa actualmente por enormes problemas, deberá enfrentar con sus menguadas capacidades un periodo de enorme sobrecarga de trabajo.
El epicentro de la batalla serán, tal como lo hemos visto en otros países, las unidades de cuidados intensivos.
Se trata de un ámbito especialmente delicado de la atención de la salud, el cual se ha desarrollado con fuerza desde los años 60 del siglo pasado. Nunca como ahora habían tan relevantes a nivel social las unidades de cuidados intensivos que permiten hacer frente a las dolencias más graves. En ellas se puede disponer de un ventilador mecánico para ayudarnos a respirar si fallan nuestros pulmones, de una bomba cardiaca si nuestro corazón ya no quiere seguir latiendo, de una máquina de diálisis en caso de que fallen nuestros riñones, de una alimentación vía suero en caso de que nuestros intestinos estén dañados y así por el estilo.
En las UCIs están los pacientes que acaban de salir de una cirugía a corazón abierto, que pasaron por operaciones de pulmones o cerebrales, los bebés nacidos prematuramente, las víctimas de traumatismos graves, de ataques cardiacos, etcétera.
Algunos cálculos estiman que, en Estados Unidos, son ingresados unos 4 millones de personas en las unidades de cuidados intensivos cada año. La tasa de mortalidad en ellas varía entre un 8 y un 19%, lo cual implica que cada año mueren unas 500 mil personas ingresadas[1].
Es precisamente en las UCI en donde mayor número de errores médicos se producen, dada la complejidad de los procedimientos que se deben desarrollar. Estar en una UCI no equivale, según los datos señalados, a un riesgo inminente de muerte, pero desde luego que los pacientes que lleguen a esa área pasarán algunos de los días más difíciles de sus vidas.
Cuando está ingresado en una UCI, un paciente promedio requiere de 178 actuaciones sanitarias de atención al día, las cuales van desde la administración de medicamentos hasta la limpieza y succión de líquidos pulmonares. Cada una de esas actuaciones conlleva un cierto grado de riesgo. En Estados Unidos se estima que el 1% de todas las actuaciones sanitarias en UCI se realizan con errores.
Los riesgos para los pacientes son enormes. El más evidente e inmediato es el que deriva de estar inerme en una cama sin poder moverse durante varios días, en su mayor parte estando inconsciente. Los músculos se atrofian, los huesos pierden volumen, la presión del cuerpo genera úlceras, las venas se pueden llegar a ocluir. El personal de atención sanitaria debe desplegar un régimen estricto de cuidados y atenciones a cada paciente: bañarlos, moverlos en la cama para que no se les ulcere el cuerpo, cambiarles las sábanas sin afectar los tubos que los mantienen vivos o las sondas que los alimentan, lavarles los dientes para evitar que las bacterias bucales generen una neumonía, inyectarles sustancias para “adelgazar” la sangre y evitar la formación de trombos, además del resto de procedimientos médicos que requiere la específica dolencia de cada paciente en lo individual.
En las UCIs se ponen millones de vías subcutáneas para poder inyectar directamente en el torrente sanguíneo las sustancias que se le deben administrar a cada paciente. Luego de 10 días, en promedio el 4% de esas vías están infectadas y transmiten esas infecciones al cuerpo de los pacientes, generando problemas adicionales. Tales infecciones tienen una tasa de mortalidad que alcanza un 28% en algunos hospitales, dependiendo de la gravedad de las dolencias previas del paciente.
Algo parecido sucede con los catéteres urinarios: un 4% se infectan y pasan la infección al paciente. Cuando la respiración es asistida por ventilador mecánico, en promedio un 6% de los pacientes desarrolla neumonía bacterial adquirida del propio aparato: la tasa de mortalidad en ese caso es enorme: llega hasta un 45%[2].
A veces esas infecciones provienen de un médico que no se lavó las manos correctamente, de un aparato que no fue desinfectado, de alguna bacteria que entró en la UCI a través de los zapatos de alguna persona, de que no se pusieron telas estériles antes, durante o después de realizado algún procedimiento y así por el estilo. Es difícil evitar los errores, sobre todo cuando se trabaja bajo presión, con muchos pacientes que se deben supervisar y con poco apoyo de recursos humanos y técnicos.
Todos los datos citados provienen del sistema de salud de los Estados Unidos. No es difícil suponer lo que pasará en México cuando las UCIs del país tengan que hacer frente a la sobrecarga de pacientes con coronavirus que desarrollen condiciones críticas de salud. Algunos doctores que trabajan en ellas hablan de cuestiones que nos deberían preocupar: “…vacío de indicación médica, las prioridades suelen extraviarse, no hay metas terapéuticas claras dentro de un ambiente hospitalario a todas luces saturado, se incrementan los costos de atención y lo más importante, se diluyen las responsabilidades y se evade el valioso proceso de rendición de cuentas”[3].
Por eso es que lo mejor que podemos hacer en el contexto de la pandemia de coronavirus es prevenir. Mientras llegan las vacunas, hay que evitar en la medida de lo posible el contacto social que nos expone al contagio. Lo debemos hacer con responsabilidad y seriedad, para que el país salga adelante. Hacerlo así permitirá además proteger a todas las personas que están en situación de mayor riesgo.
[1] Ver estos y otros datos en SUMMARY OF NQF-ENDORSED INTENSIVE CARE OUTCOMES MODELS FOR RISK ADJUSTED MORTALITY AND LENGTH OF STAY disponible en: https://healthpolicy.ucsf.edu/icu-outcomes
[2] Mamary, A James y otros, “Survival in Patients Receiving Prolonged Ventilation: Factors that Influence Outcome” en Clinical medicine insights. Circulatory, respiratory and pulmonary medicine, vol. 5, 17-26.
[3] AGUILAR GARCIA, César Raúl y MARTINEZ TORRES, Claudia, “La realidad de la Unidad de Cuidados Intensivos”, Medicina crítica, México, junio de 2017, páginas 171-173.