Self-management para abogados.

Self-management para abogados.

Miguel Carbonell.

Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC.
www.centrocarbonell.mx

Para la mayor parte de los abogados, el ejercicio profesional se hace con carácter independiente, es decir, el propio abogado es su jefe y dirige su proyecto empresarial. Nosotros somos nuestros líderes de proyecto, nuestros propios consejeros, nuestros directores financieros y nuestros gerentes de recursos humanos (¡y también, por cierto, nuestros directores de marketing!).
Desde luego, otra opción es que trabajemos como parte de una organización más grande, ya sea un despacho de abogados liderado por otras personas, una oficina gubernamental o un proyecto social de grandes dimensiones.
En cualquiera de esos escenarios, debes tomar una serie de decisiones que tienen que ver con tu carrera y con la orientación que le quieres dar a tu vida. Elegir entre las diversas opciones disponibles (que son muchas para quienes estudian derecho, lo cual es una de las más grandes ventajas de nuestra carrera) supone asumir algunas dificultades para la práctica de la profesión jurídica y puede generar ciertos problemas respecto de tu desarrollo profesional.
Para agrupar conceptualmente ese conjunto amplio y heterogéneo de decisiones, en las universidades y empresas de Estados Unidos se suele usar el término “self-management”, que podría traducirse quizá como “auto-administración” (lo que se quiere decir es que uno es una especie de “gerente” de sí mismo)[1].
En particular, cuando uno decide dedicarse profesionalmente a la abogacía, creo que hay que considerar al menos los siguientes aspectos:

1. Fortalezas personales y profesionales.

La definición de lo que podemos hacer desde un punto de vista profesional depende de dos cuestiones, principalmente: lo que nos gusta y lo que sabemos hacer bien. Ambas son importantes y deben guiarnos para darle la orientación correcta a nuestra práctica profesional como abogados.
Estoy seguro de que cuando cursaste la carrera hubo alguna o algunas materias que te gustaron más que otras. Ahí tienes una primera pista para elegir tu campo de desarrollo. También puede ser que hayas elegido hacer un posgrado especializándote en un área concreta del ordenamiento jurídico; eso te proporciona una ventaja relativa frente a otros abogados.
Además, hay que considerar el lugar en el que te vas a desempeñar profesionalmente (o el lugar en el que prefieras vivir), el tamaño del mercado de clientes al que puedes aspirar a servir, las tendencias económicas, demográficas y hasta políticas. Todos esos elementos deben ser valorados a efecto de determinar tus fortalezas profesionales y personales.

2. Mejoramiento continúo.

Ahora bien, una vez que ya definiste lo anterior, debes concentrarte en pulir esas fortalezas. Que seas bueno en cierto tema no te exime de la permanente obligación de estar actualizado. Como abogado, uno siempre tiene un amplio margen de mejora y el aprendizaje debe ser continuo.
Seguir estudiando va a permitir que tus conocimientos se mantengan frescos, que observes nuevas perspectivas para resolver problemas y que llenes las lagunas que todos irremediablemente tenemos respecto a los fenómenos jurídicos.

3. Capacidad de toma de decisiones (o asesorar a quien las toma).

Una parte importante del trabajo que hacemos los abogados tiene que ver con la toma de decisiones. Pero eso es algo que no a todas personas les gusta. Incluso más: tomar decisiones no es algo que todos sepamos hacer bien.
Este es un punto muy delicado de tu práctica profesional. Debes hacer un ejercicio de introspección y contestarte sinceramente si te gusta tomar decisiones (y si logras tomar buenas decisiones) o si prefieres que alguien más las tome por ti y a partir de lo que te indiquen, realizar tu trabajo como abogado. Hay una gran diferencia entre ambas posibilidades.
Me llama mucho la atención que en las escuelas y facultades de derecho no se enseñen (al menos en México) los procesos y técnicas para un adecuado proceso de toma de decisiones. Lo digo sobre todo porque lo que he observado en la práctica profesional es que los abogados tenemos que estar tomando continuamente decisiones y muchas veces eso se lleva a cabo con la pura y muy aleatoria base de nuestros instintos, más que utilizando elementos de racionalidad práctica[2]. 

4. ¿Mejor trabajar en equipos pequeños o en equipos grandes?

Una de las primeras decisiones que debes tomar (y que sin duda tendrá un impacto directo en las tareas que tendrás que hacer como profesional del derecho) es la relativa a si prefieres trabajar en equipos pequeños o si te sientes mejor formando parte de grandes grupos de trabajo.
La manera de trabajar en cada uno de los dos supuestos es muy diferente. En un despacho pequeño los socios tienen que hacer (literalmente) de todo: desde abrir el despacho los lunes a primera hora, hasta atender llamadas, ir al banco o servir el café. En los despachos grandes puedes contar con el apoyo de un equipo administrativo que suele existir para “descargar” de ciertas tareas a los abogados de la firma.
Obviamente, si trabajas en un despacho grande debes saber que buena parte de los ingresos que generes no serán para ti ni para tu familia. A menos que seas el director general de ese despacho, lo más probable es que estés trabajando para alguien más. Esto no necesariamente es negativo, pero debes tener claro que es muy diferente ser el dueño de tu propia empresa, que ser un empleado en una empresa que es propiedad de alguien más.

5. Capacidad de adaptación al estrés o práctica profesional sosegada.

Conozco abogados que viven permanente estresados. Y son muy felices viviendo así.
Otros prefieren un ritmo de vida más tranquilo, atendiendo pocos asuntos y siempre bajo cita previa o con una planeación perfectamente clara de lo que hacen en su día a día. El ejercicio profesional permite tanto un extremo como el otro (y muchas situaciones intermedias).
No hay recetas únicas para orientarte en este aspecto. Es algo que debes decidir por ti mismo. Si te dedicas al derecho penal, debes saber que habrá días en que te van a despertar en plena madrugada para avisarte de la detención de un cliente. Si te orientas al derecho notarial, tus jornadas de trabajo serán fijas, pero deberás descartar que puedas tomarte algún lunes libre. ¿Qué estilo de vida va mejor con tu forma de ser?

6. Dilemas éticos. ¿Qué casos sí y qué casos no llevarías?

En un número cada vez mayor de escuelas y facultades de derecho se imparten cursos de ética profesional. Antes eran pocos los centros educativos que lo hacían. He revisado los planes de estudio de la materia y he conversado con muchos estudiantes sobre los contenidos de los cursos de ética profesional para abogados y el resultado es verdaderamente desalentador. El enfoque suele ser extremadamente teórico y les explican a los estudiantes una serie de cuestiones (como suele ser común a lo largo de la carrera de derecho) que no les van a servir para nada en la práctica.
Más valdría que el primer día el profesor les dijera simplemente “Muchachos, pórtense bien cuando estén ejerciendo la profesión” y luego se despidiera del grupo, porque en eso se resume el curso en muchos casos. La mayoría de los estudiantes piensa que la materia de ética profesional es “de relleno” y buscan aprobarla haciendo el menor esfuerzo posible.
Sin embargo, desde mi punto de vista, el curso de ética profesional debería ser uno de los más importantes y entretenidos de toda la carrera. Los profesores que lo imparten deberían ser elegidos entre los mejores de cada claustro académico. En otros países, los cursos de ética profesional se explican con base en casos prácticos, en los que los estudiantes se enfrentan a profundos dilemas en temas como el conflicto de interés del abogado, el alcance y repercusiones del secreto profesional, la aceptación y seguimiento de los casos, las fronteras éticas en el diseño de estrategias de defensa (sobre todo en materias que suelen tener graves repercusiones en la vida de las personas, como lo son los temas penales o de derecho familiar), las formas éticamente permitidas de cobrar por los asuntos, etcétera.
Todo lo anterior tiene relevancia, porque una de las decisiones más importantes que tendrás que tomar a lo largo de tu carrera tiene un trasfondo ético muy profundo. Me refiero a los casos que vas a aceptar y aquellos de los cuales no te harás cargo. Cada abogado tiene un gran margen de libertad para tomar esa decisión. Permíteme compartir algunos lineamientos para ayudarte a tomar la mejor decisión posible.
Cuando te propongan participar en un caso en el que tienes dudas éticas sobre si debes o no aceptarlo, fíjate en los siguiente estándares[3]:

A) Prueba de la primera plana. ¿Cómo te sentirías si la noticia de que estás representando a cierto personaje o asesorando un caso famoso fuera publicada en la portada del principal periódico de tu ciudad? ¿te sentirías orgulloso de ver ahí tu nombre o avergonzado de que apareciera? 

B) Prueba de la regla de oro. ¿Si no fueras abogado y estuvieras envuelto en un juicio, te sentirías dignamente tratado y respetado por un abogado de la parte contraria que actúe como lo haces tú?

C) Prueba de la ganancia. ¿Estás aceptando ese caso tomando en cuenta únicamente las ganancias económicas que te generará? ¿lo habrías tomado si no estuviera tan bien pagado y estarías a gusto también en esa situación cobrando unos honorarios modestos?

D) Prueba del buen dormir. Una vez que hayas aceptado el caso y de ahí en adelante, ¿podrás dormir tranquilo? ¿qué pensarás al poner cada noche la cabeza en la almohada?

7. Recompensas que esperas obtener, más allá de lo monetario.

Cuando tienes que decidir sobre el rumbo que va a tomar tu vida profesional, ciertamente los temas económicos son una variable que no puedes dejar de lado. Salvo que tengas una cuantiosa herencia o que hayas resuelto de alguna forma el tema de los ingresos que necesitas para sobrevivir, es del todo probable que habrás de utilizar el ejercicio profesional para allegarte de recursos.
Pero es igualmente cierto que la pura recompensa económica no es suficiente. Conforme pasa el tiempo, nos damos cuenta que la motivación para hacer bien nuestro trabajo no depende solamente de nuestro salario, sino de que entendamos el significado de nuestra misión profesional. Si somos capaces de desarrollar una práctica profesional en la que podamos defender valores en los que creemos, o ayudar a personas que lo necesitan y cuyo futuro depende –al menos en parte- de la asistencia jurídica que tengan, entonces podremos obtener una recompensa que va más allá de lo económico.
Sobre este aspecto no hay recetas únicas. Cada persona debe asumir el reto de lo que es importante para ella. Depende, muchas veces, de nuestra biografía, de nuestra historia familiar y de nuestro sentido de la justicia.
Ahora bien, lo que muchos estudios acreditan es que una persona hará mucho mejor su trabajo y será más feliz en su trayectoria profesional si es capaz de darle sentido y significado a lo que hace. Con el paso de los años, nuestros mejores recuerdos profesionales no necesariamente estarán asociados a un sueldo, sino a lo que pudimos aportar a los demás, defendiendo sus derechos y asegurando el respeto que merece todo ser humano.



[1] Para una primera aproximación al tema, ver VV. AA., On managing yourself, Harvard Business Review Press, Boston, 2010 (y en particular el artículo de Peter F. Drucker incluido en esa obra, en el cual se encuentran algunos de los puntos que voy a indicar a continuación; ver las páginas 13-32).
[2] Para un primer acercamiento a los principios que nos permiten adoptar decisiones lo más racionales posibles, ver VV. AA., On making smart decisions, Boston, Harvard Business Review Press, 2013; VV. AA., Decision making. 5 steps to better results, Boston, Harvard Business School Press, 2006; Hammond, John S. y otros, Smart choices. A practical guide to making better decisions, Harvard Business Press Review, 1999; y Kahneman, Daniel, Pensar rápido, pensar despacio, México, DeBolsillo, 2013.
[3] Se toman parcialmente de Whetten, David A. y Cameron, Kim S., Desarrollo de habilidades directivas, 9ª edición, México, Pearson, 2016, p. 59.

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