¿Es tiempo de una nueva Constitución?
¿Es tiempo de una nueva Constitución?
Miguel Carbonell.
(Publicado
en la página web ADN político el 5 de febrero de 2013)
Nuestra Carta Magna cumple 96 años. Es la más
antigua de América Latina y probablemente también la más reformada. Hasta el 5
de febrero de 2013 se habían publicado 205 decretos de reforma, que abarcan a
casi el 80% de los artículos constitucionales. Los hay que han sido modificados
en más de 40 ocasiones, como el artículo 73 relativo a las facultades del
Congreso de la Unión que ha sido reformado 65 veces.
Lo cierto es que la Constitución que hoy nos rige
es muy diferente a la que fue escrita por los Diputados Constituyentes en el
Teatro de la República de Querétaro a partir del 1 de diciembre de 1916, cuando
el entonces Presidente de la República Venustiano Carranza pronunció el
discurso de apertura de los trabajos constituyentes y presentó el proyecto de
reformas que pretendía hacerle a la Constitución del 5 de febrero de 1857.
El país ha cambiado notablemente de 1917 a nuestros
días y la Constitución lo ha hecho también de forma intensa. Hemos pasado de un
país de 15 millones de habitantes, mayormente rural y con pocas vías de
comunicaciones, a un país de 120 millones de habitantes, en el que el 70% de
ellos vive en ciudades grandes y medias, y con aceptables vías de comunicación.
Es un México muy distinto al de hace 96 años.
Sucede, sin embargo, que los cientos de cambios que
ha tenido nuestra Constitución han ido conformando un texto cada vez más
complejo y menos entendible. La Constitución ha crecido en tamaño pero ha
perdido claridad. Según una encuesta que levantamos en la UNAM en el año 2011,
más del 90% de los mexicanos dicen que conocen poco o nada su Constitución.
No me extraña, si tomamos en consideración lo
prolijo de algunos de sus artículos y lo críptico que resulta a veces el
lenguaje en el que están redactados. Y si consideramos además el imparable
ritmo de las reformas, que hace complicado poder estar al día, incluso en el
caso de los especialistas, y mucho más si se trata de un simple ciudadano
interesado en conocer la carta magna de su país.
Es en este contexto en el que surge la posibilidad
de que caminemos hacia un nuevo texto constitucional para México. No hace falta
una revolución ni nada parecido. Países cercanos como Colombia y Brasil han
podido darse nuevas constituciones por medio de procesos democráticos y con
pleno respeto a la normalidad institucional.
Nuestro país no debería quedarse atrás. Una nueva
Constitución, promulgada antes del centenario de la que hoy está vigente,
supondría un enorme impulso a la cultura jurídica y una gran oportunidad para
repensar entre todos el modelo de país que queremos para el futuro.
Negarse a cambiar es poco realista, en el mundo del
siglo XXI. Pero cambiar sin rumbo, como llevamos décadas haciéndolo en materia
constitucional, es igual de inútil. Tarde o temprano habrá que abrir la puerta
a una renovación constitucional profunda. Ojalá que sea antes de que nuestra
Constitución, que tanto ha hecho por México, se quede del todo obsoleta. Hay
que darnos una nueva Constitución que esté a la altura de los desafíos que el
país enfrenta en el siglo XXI y que sea capaz de reflejar las inquietudes y
sueños de las nuevas generaciones.