La crueldad contra los migrantes.
La crueldad contra los migrantes.
Miguel Carbonell.
El anecdotario de
la crueldad en las fronteras o debido a ellas es interminable y, para nuestra
vergüenza, se alimenta cada día con una nueva tragedia. Lo que por años sucedió
en el Muro de Berlín que dividía a la Alemania democrática de la Alemania
comunista, hoy se reproduce en una escala mucho mayor en el estrecho de
Gibraltar, en las entradas hacia Italia desde Albania y en el Río Bravo que
separa a México de Estados Unidos.
La imagen de un
hombre que muere por asfixia y calor en el interior de un trailer en una
carretera de Arizona, en el mes de mayo de 2003, abrazando a su pequeño hijo de
cinco años, también muerto por las mismas causas, concentra en un único momento
el máximo nivel de impotencia y de desgracias que estamos permitiendo y que
muchas personas sufren alrededor del mundo. El único motivo que tenía ese
hombre para viajar a Estados Unidos era el de darle un mejor horizonte de vida
a su único hijo. ¿Era mucho pedir? ¿Se puede sancionar a una persona por
aspirar a que su hijo no crezca en la más absoluta de las miserias y tenga que
soportar durante toda su vida a un gobierno corrupto e incapaz?
Hay una imagen
quizá todavía más cercana al horror; fue dada a conocer por muchos medios de
comunicación y ha sido recordada posteriormente por Antonio Remiro Brotons[1],
quien sin dudarlo la ha calificado como “la historia más triste entre las miles
de historias tristes” que arroja nuestra era de las migraciones y de las
fronteras. Se trata del caso de dos niños guineanos de 9 y 11 años (aunque las
edades no pudieron ser confirmadas). Se llamaban Yaguine Koita y Fodé Tounkara
y fueron encontrados, muertos por congelamiento, en el tren de aterrizaje de un
avión Airbus que había aterrizado en el aeropuerto de Bruselas. Se habían
introducido “ilegalmente” en el tren de aterrizaje, animados por el sueño de
escapar al horror que los rodeaba. Entre sus ropas la policía encontró una
carta que decía lo siguiente:
“Excelencias, señores miembros y responsables de
Europa… son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que pedir
socorro. Les suplicamos… sobre todo por la afinidad y el amor que tienen
ustedes por sus hijos…Además, por el amor… de su creador, Dios todopoderoso,
que les ha dado todas las buenas experiencias, riquezas y poderes para
construir y organizar bien su continente… Ayúdennos, sufrimos enormemente en
África… tenemos la guerra, la enfermedad, la falta de alimentos… una gran
carencia de educación y de enseñanza… nuestros padres son pobres… Si ustedes
ven que nos sacrificamos y exponemos nuestra vida es porque se sufre demasiado
en África. Sin embargo, queremos estudiar y les pedimos que nos ayuden a
estudiar para ser como ustedes en África. En fin, les suplicamos muy, muy
fuertemente, que nos excusen por atrevernos a escribirles esta carta a ustedes,
los grandes personajes a los que debemos mucho respeto”.
Los ejemplos
podrían multiplicarse, pues sin duda la lista de sufrimientos e infortunios que
arrojan las migraciones es sumamente larga.
[1] Remiro Brotons, Antonio, “Presentación” en Anuario de la Facultad de Derecho de la
Universidad Autónoma de Madrid, número 7, Madrid, 2003 (monográfico sobre
“Movimiento migratorios y derecho”), p. 18.