La esclavitud del siglo XXI
La esclavitud del siglo XXI.
Miguel Carbonell.
Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC.
Héctor
de Mauleón, compañero de letras en EL UNIVERSAL, nos acaba de sacudir con un
texto conmovedor y doloroso, que no debería quedar en el olvido. “Esclavas de
la calle Sullivan” (revista “Nexos”, julio de 2013) es una pieza periodística
de altísimo nivel que nos refiere detalles inhumanos en torno a la trata de
personas. Concretamente, De Mauleón ejemplifica con varios casos de mujeres que
son reducidas a esclavitud y que dedican 10, 12 o más horas al día a atender a
sus “clientes” en la calle de Sullivan, en el Distrito Federal. Esas largas
jornadas de “trabajo” a veces suponen la necesidad de tener 30 o 40 relaciones
sexuales.. al día.
Las
mujeres que se ven obligadas a una experiencia de esa naturaleza lo hacen bajo
amenazas de los “lenones”, quienes las golpean, violan y torturan
permanentemente, bajo la mirada incólume de las autoridades.
La
ONU calcula que en el mundo hay al menos 2.5 millones de personas que son
víctimas de trata, aunque advierte que por cada víctima conocida es probable
que haya 20 más de las que no se tienen noticias.
En
América Latina la trata de personas tiene por objetivo fundamentalmente la
explotación sexual y sus víctimas son sobre todo mujeres y niños. Entre esas
víctimas hay varias que pasan sus días y sus noches en la calle Sullivan, como
lo relata magistralmente De Mauleón.
En
16 países, señala la ONU, la trata de personas tiene por objeto la extracción
de órganos, tema en el que la dignidad humana llega a uno de sus niveles más
bajos. Las personas dejan de ser sujetos de derechos humanos y se convierten
simplemente en mercancías: eso es lo que produce la trata. Es la negación misma
de nuestro sentido de lo que significa ser humano.
Lo
curioso, como lo apunta el propio De Mauleón, es que el delito de trata de
personas en México, tiene un código postal muy definido. Casi se le puede
ubicar por domicilio. Todas las investigaciones disponibles parecen apuntar
hacia una pequeña ciudad de Tlaxcala llamada Tenancingo. De ahí salen la enorme
mayoría de victimarios. Es tanta la influencia de los lenones en esa ciudad,
que hasta en la prensa internacional se le ha llamado “el pueblo de los niños
proxenetas”, dado que 80% de sus adolescentes aspira a convertirse en eso
cuando crezcan (El País, 30 de junio de 2013).
Parece
que en ese rumbo de Tlaxcala hay algunas mansiones fastuosas y de mal gusto,
cuyos dueños claramente se identifican con el “éxito” delincuencial en el tema
de la trata de personas. Lo saben todos, menos las autoridades, como suele
suceder.
Lo
ideal sería que entre la Secretaría de Hacienda y la PGR lanzaran un operativo
para indagar esas fortunas, a fin de verificar si quienes habitan en dichas
mansiones han pagado de forma correcta sus impuestos y para ver si (como es del
todo probable) se dedican también al lavado de dinero. Pegarles en la bolsa
puede ser un golpe estratégico contra esa industria del abuso, la tortura y la
prostitución.
Mientras
tanto, el gobierno de la Ciudad de México haría bien en voltear a ver lo que está
pasando en esa verdadera “zona roja” alrededor de Sullivan, donde cada noche
cientos de mujeres son esclavizadas a pocos metros de la sede del Senado de la
República y a unos pasos de la avenida emblemática de la capital del país, como
lo es el Paseo de la Reforma.
Y
junto a ello, urge iniciar un debate nacional sobre lo que debemos hacer en
torno a las personas que se dedican al ejercicio del trabajo sexual. ¿Hay que
legislar para que la prostitución sea como cualquier otra actividad empresarial?
¿hay que sancionarla legalmente? En ese caso, ¿se debe castigar a quienes la
ejercen o a los clientes? ¿cómo podemos asegurar que quienes realizan trabajos
sexuales cuenten con la asistencia médica y jurídica que requieran, siempre que
les resulte necesaria?
No
es un tema fácil, porque en él se cruzan intereses económicos, cuestiones
morales y muchos tabús. Pero lo cierto es que no podemos dejar abandonadas a su
suerte a decenas de miles de personas (incluyendo niños y niñas de muy corta
edad), una vez que hemos leído el texto de Héctor de Mauleón y hemos sabido que
la realidad es mucho peor de lo que podríamos haber imaginado. Permanecer
callados sería tanto como darles permiso de trabajo a esos abusadores,
verdaderos dueños de esclavos en pleno siglo XXI.