Los abogados penalistas
Los abogados penalistas.
Miguel Carbonell.
Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC.
En la reciente discusión sobre los resultados que está dando
el nuevo sistema de justicia penal se ha evitado hablar del tema de fondo que
me parece que genera la mayor parte de problemas que hemos visto: las grandes
deficiencias que en la práctica tienen los abogados encargados de hacer que el
sistema funcione.
La sociedad sigue azorada (con toda la razón) por el aumento
de la inseguridad y las noticias nos traen día tras día nuevas historias de
sangre y delincuencia. Pero muchos piensan que bastaría con modificaciones a la
Constitución y a las leyes para poder mejorar la eficacia del Estado mexicano
contra quienes delinquen. Por desgracia, hay evidencia de sobra para acreditar
que podemos reformar todas las veces que queramos la legislación, sin que por
ello cambie la realidad.
No se trata de un tema de leyes solamente (las que están
vigentes apenas tienen pocos meses o años de hacer sido expedidas), sino de
contar con mejores operadores que las hagan realidad. Necesitamos mejores
abogados penalistas, tanto en las fiscalías encargadas de investigar los
delitos, como en la defensa pública y privada.
La gran mayoría de las detenciones siguen ocurriendo en
flagrancia (es decir, en el momento mismo en el que se está cometiendo el
delito o en la persecución inmediata posterior), lo cual demuestra que no hay
investigaciones científicas del delito.
Muchos de los procedimientos abiertos en el nuevo sistema de
justicia siguen descansando en pruebas testimoniales, dato que nos alerta sobre
la enorme fragilidad con la que se dictan sentencias. Los testigos no siempre
son dignos de confianza, ya que con frecuencia son “aleccionados” por alguna de
las partes en el juicio para que su testimonio se oriente en la dirección que
más convenga.
Incluso cuando los testigos no han sido aleccionados, es posible
que no recuerden de manera fidedigna lo que dicen que vieron (los errores de
testigos de hechos delictivos son abundantes).
Pero frente a los problemas de la prueba testimonial, no se
ha invertido lo suficiente para que existan evidencias científicas (pruebas
periciales, sobre todo) que respalden con conocimientos objetivos e información
de calidad las acusaciones penales.
Por su parte, muchos abogados no se han entrenado en las
modernas técnicas del litigio basado en la oralidad, que son las que exige el
nuevo sistema de justicia penal. Algunos llegan al extremo de mostrar severas
deficiencias en algo tan básico como hablar bien en público; quizá las dotes
oratorias fueran una característica de los abogados en la antigua Roma, pero
ciertamente no lo son en el México de nuestros días.
Si queremos que la justicia penal funcione de verdad tenemos
que insistir en la profesionalización de quienes día tras día lo operan. Desde
los policías, que deben saber la forma de prevenir la comisión de delitos,
hasta los encargados de las cárceles y reclusorios, que deben contar con
capacidades suficientes para lograr la reinserción social, que es lo único que
puede evitar que cuando un preso regrese a su comunidad vuelva a delinquir.
No se trata de darles cursos y más cursos a los operadores,
sino de que tengan las habilidades prácticas indispensables que se requieren en
los llamados juicios orales.
Y lo anterior no se limita a la materia penal, sino a muchas
otras materias que también se tramitan bajo el principio de oralidad procesal.
Hay que recordar que dentro de muy pocos meses se producirá una reforma de
fondo al procedimiento laboral, con la desaparición de las juntas de
conciliación y arbitraje y la creación de tribunales laborales tanto a nivel
federal como en cada una de las entidades federativas. ¿Qué tipo de preparación
van a necesitar los abogados laboralistas para hacer frente a ese enorme reto?
En materia penal la Constitución previó un plazo de 8 años
para la puesta en funcionamiento de la nueva justicia penal; en materia laboral
ese plazo fue de apenas un año. Los riesgos de improvisación son enormes. El
daño que se puede producir a la economía nacional es considerable.
¿De qué manera podemos decir, con toda la urgencia del caso,
que es indispensable que dejemos de pensar que todo se arregla reformando las
leyes? Lo que hace falta es mejorar el “recurso humano” que aplica esas leyes,
no seguir haciendo malabares reformadores que nada arreglan y que solamente
posponen las soluciones de fondo que requiere la justicia mexicana.