La batalla cultural contra el narco.
La batalla cultural
contra el narco.
Miguel Carbonell.
Mientras las drogas sigan siendo sustancias cuya producción,
transporte y venta esté prohibida por la ley penal mexicana, su persecución y
combate deberá hacerse con policías, patrullas y armas. Nadie que sea
medianamente razonable puede dudar de ello.
Hay un aspecto, sin embargo, que va a determinar si
efectivamente podemos o no ganar la “guerra” contra las drogas, el cual tiene
que ver con ciertos elementos “culturales” que a veces se nos pasan un tanto
desapercibidos. Me refiero al hecho cultural muy extendido en ciertas regiones
del país, según el cual los narcotraficantes son vistos como héroes y sujetos
dignos de imitación por miles de jóvenes e incluso de niños.
Hay pueblos en los que los narcos proveen a las familias de
dinero para sus fiestas, les compran medicinas, cooperan para bodas y quince
años, mandar pavimentar calles, construir escuelas, reparar templos religiosos,
etcétera.
Si a eso se le suma su (aparente) éxito económico, sus
vistosos vehículos, la estrafalaria ropa con que se suelen vestir y el tipo de
mujeres que los acompañan, no es extraño que muchos niños que crecen en la
pobreza y cuyas oportunidades en la vida son irremediablemente reducidas,
quieran seguir esa senda y ser también narcotraficantes tan pronto su edad se
los permita.
Es por eso que considero esencial dar la batalla “cultural”
contra el narco, poniendo en ridículo su forma de vida, resaltando los peligros
que entraña y el patético destino que les aguarda a los delincuentes, que con
frecuencia caen muertos a edades muy tempranas o bien están condenados a pasar
la mayor parte de su vida tras las rejas.
Hay que desautorizar frente a nuestros niños y jóvenes el
ideal del narcotraficante como un héroe o como un modelo que puede ser imitado.
Nada de eso. Los narcos son personas patéticas, que se dedican a envenenar a
nuestros jóvenes y que, por el momento, lo hacen violando la ley.
El narcotráfico como fenómeno global es una máquina de
generar muertos (en México lo sabemos muy bien), incrementa exponencialmente la
corrupción, degrada la moral pública, afecta las inversiones y el crecimiento
económico sano, fomenta el lavado de dinero, hace crecer las extorsiones y
secuestros (de nuevo: México es un ejemplo claro, como también lo fue en su
momento Colombia), etcétera.
Nada bueno se puede esperar de regiones o países dedicados
mayoritariamente al narcotráfico. No puede ni debe ser un modelo de vida para
nadie. Esa es la batalla de fondo que hay que ganar: el desacreditamiento del
narcotráfico como forma de vida. Las batallas que se libran con militares,
armas y patrullas son indispensables, pero la llave de la victoria no la
abrirán las balas, sino la cultura. No lo olvidemos.