Sartori en treinta píldoras
La democracia en treinta píldoras.
Miguel Carbonell.
www.centrocarbonell.mx
Giovanni Sartori acaba de fallecer
pero su obra perdurará durante muchos años. Sartori dedicó muchas horas de su
vida al estudio de la democracia, de los partidos políticos, del método en las
ciencias sociales, de la opinión pública y del pluralismo. En uno de sus últimos
libros nos ofrecía una síntesis bastante apretada de los principales temas
alrededor del debate democrático contemporáneo, que engloba a todos los que se
han mencionado[1]. Se trata, en realidad, de
la transcripción de los guiones utilizados por Sartori para breves comentarios
televisivos que la televisión pública italiana le pidió a fin de transmitirlos
en horario de máxima audiencia, con una duración máxima de cuatro minutos por
comentario.
La edición de los textos corrió a
cargo de Lorenza Foschini, la productora de los programas, quien en la
introducción del libro que estamos comentando apunta que es posible elevar el
nivel de la programación televisiva sin por ello tener que caer en programas
inútilmente doctos y aburridos. Es algo que deberían advertir los encargados de
los sistemas televisivos mexicanos, que más bien parecen sostener la tesis
contraria: se puede siempre bajar el nivel de los programas, sin tomar en
cuenta si son o no aburridos (ya no digamos formativos).
Sartori comienza sus “píldoras
democráticas” haciendo referencia a cuestiones conceptuales. Nos recuerda que
la democracia es el gobierno del pueblo, pero se pregunta ¿quién es el pueblo?
Puede parecer una pregunta obvia, o incluso retórica, pero me parece que tiene
tanto un interés histórico como un interés estrictamente actual. Históricamente
lo que entendemos por pueblo para efecto de la participación democrática no ha
sido lo mismo que lo que entendemos hoy en día. La exclusión durante siglos de
las mujeres, los pobres o las personas de color fue la regla y no la excepción.
Hoy en día todavía mantenemos inaceptables exclusiones para los inmigrantes, los
cuales reciben –en el mejor de los casos- un trato como personas de segunda
clase, pero que incluso llegan a ser considerados como “no personas” en muchos
sitios, para vergüenza de nuestras sociedades tan supuestamente liberales y
abiertas. Basta mirar a la Constitución mexicana, que en ninguna de sus más de
600 modificaciones ha podido sacudirse el tufo xenofóbico de muchos de sus
artículos[2].
Y si la discriminación comienza por el texto de la Carta Magna ya podrá
imaginar el lector el estado en el que se encuentra el resto del ordenamiento
jurídico.
¿Estudias derecho? Mira.
Sartori nos habla también del
realismo y el idealismo como formas de acercarse a la comprensión de lo que es
la democracia. La tradición realista, nos recuerda, se remonta a Nicolás
Maquiavelo, el príncipe de los realistas. La tradición idealista cobra fuerza
mucho después y alcanza su máximo esplendor con el pensamiento de Carlos Marx,
que se atreve a proponer la última utopía: la desaparición del Estado. Desde
luego, no es que fuera una utopía democrática, pero hay que aceptar que las
consecuencias de su idealismo fueron inconmensurables.
Sartori, pese a su tendencia
fuertemente realista, reconoce que los ideales son importantes para cualquier
régimen democrático. Los ideales democráticos se expresan en valores
importantes, que nos hacen cuestionar el estado actual de nuestros sistemas
políticos y que sirven como motor para su mejoramiento.
Los ideales democráticos se
concretan en valores como la libertad, la igualdad, la tolerancia, el respeto
por el pluralismo, los derechos humanos en general, la dignidad de las
minorías, etcétera.
Sartori se detiene en el tema de la
opinión pública, a la que califica como la base sobre la que se sostiene todo
el edificio democrático. Las elecciones deben ser libres en una democracia,
apunta nuestro autor, pero también debe ser libre la conformación de las
opiniones. El problema es que esa libertad exige una cierta dosis de compromiso
por parte de la ciudadanía. Y es probable que en muchas sociedades ese
compromiso simplemente no exista.
¿Te interesa la argumentación jurídica? Mira.
Sartori se muestra pesimista (en
esta y en otras partes de su libro) sobre la calidad de la ciudadanía. No le
ahorra críticas al ciudadano que ni entiende ni quiere entender nada de la
democracia, que no se preocupa por las elecciones y los partidos, que ni
siquiera participa a través de su voto. Quizá no se trate de ideas
políticamente correctas, pero seguramente Sartori tiene buena parte de razón.
Diversos estudios empíricos constatan una permanente disminución del compromiso
cívico en general y del compromiso con las actitudes y valores democráticos en
particular.
En
efecto, en el mundo del siglo XXI se ha producido un tránsito cuando menos
paradójico en los escenarios de la participación política: cuanto más se han
ensanchado esos escenarios (a través de la universalización del sufragio
activo), tanto más se han multiplicado las actitudes displicentes o claramente
abstencionistas por parte de los votantes.
La
participación política no está muy bien considerada: quien milita en un partido
o en un sindicato es visto con sospecha por sus amigos y vecinos. No solamente
la militancia, sino las instituciones mismas que caracterizan a la
participación política han sido puestas en cuestión. El caso de Estados Unidos
es muy sintomático: a partir de la década de 1960, se ha producido un constante
aumento de la abstención electoral, tanto en las elecciones federales como en las
locales. Menos del 50% de los posibles votantes decidieron en 1996 acudir a las
urnas para votar por Bill Clinton, Ross Perot o Robert Dole[3].
En México la participación electoral no suele rebasar el 50% de los inscritos
en el padrón, sobre todo tratándose de elecciones locales.
Los
estudios sociológicos demuestran además que las personas que se suelen abstener
de votar en las elecciones también tienen menor predisposición a cooperar con
los demás en temas distintos de los electorales. Robert Putnam apunta lo
siguiente: “Frente al sector demográficamente equiparable a los no votantes,
los votantes tienden más a interesarse por la política, hacer donativos de
caridad, practicar el voluntariado, formar parte de los jurados, asistir a las
reuniones del consejo escolar, participar en manifestaciones públicas y
cooperar con sus conciudadanos o en asuntos comunitarios”[4].
No se trata, por tanto, de que la abstención afecte solamente a la tasa de
votantes, sino que se proyecta en múltiples manifestaciones de la vida
comunitaria.
Pero
los problemas de la “esfera pública” a los que se refiere Sartori no se agotan
en el tema de los instrumentos de la representación política, sino que incluyen
todas las formas de “activismo cívico” y de colaboración con extraños. En los países
en los que se han realizado los estudios pertinentes para medir la
participación asociativa de las personas, se ha constatado una disminución no
solamente importante, sino constante a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Todo parece indicar que las personas prefieren privilegiar la experiencia
privada, los quehaceres familiares y lúdicos, antes que el intercambio de
esfuerzos y experiencias con personas que no pertenecen al núcleo familiar.
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Son
muchas las causas de este “retorno a la privacidad”, pero una de ellas
–identificada en otros países- sin duda que existe y se manifiesta en México:
la menor confianza hacia los demás. En Estados Unidos Robert Putnam ha
documentado que, para el año 1996, solamente el 8% de los encuestados decía que
la honradez y la integridad de sus compatriotas estaban mejorando, contra un
50% que pensaba que se estaban convirtiendo en personas menos dignas de
confianza[5].
¿Cómo podemos participar en iniciativas comunitarias, en asociaciones cívicas,
si no confiamos en los demás? ¿cómo no vamos a preferir recluirnos en la esfera
privada si vemos en nuestros vecinos a potenciales agresores contra nuestros
derechos?
Veamos
más datos e imaginemos qué resultados obtendríamos si los intentáramos aplicar
a países de América Latina. En Estados Unidos el interés por lo político
disminuyó en un 20% entre 1975 y 1999[6].
El número de lectores de diarios entre la gente de menos de 35 años cayó de dos
tercios en 1965 a un tercio en 1990 (y la proporción seguramente ha disminuido
desde entonces, como efecto del internet, los chats y los blogs) y en ese grupo
de edad solamente el 41% de los encuestados afirma ver noticieros televisivos[7].
Las personas que aspiran a un cargo público en los distintos niveles del
gobierno norteamericano se redujeron en un 15% en los últimos veinte años, de
modo que los ciudadanos de ese país han perdido la posibilidad de elegir a
250,000 personas como sus representantes[8].
Entre 1973 y 1994 el número de norteamericanos que asistieron a una asamblea
pública sobre asuntos municipales disminuyó en un 40%[9].
En ese mismo periodo de 20 años el número de miembros de “algún club interesado
en mejorar la administración” se redujo en un 33%[10].
Para
un país del tamaño y de la importancia de los Estados Unidos estas cifras son
apabullantes. Putnam lo sintetiza con un dato impresionante: cada punto
porcentual de los aspectos que se han citado supone anualmente dos millones de
ciudadanos menos que participan y están comprometidos con algún aspecto de la
vida comunitaria, de tal suerte que se tienen 16 millones menos de personas
participando en asambleas públicas sobre asuntos locales, 8 millones menos de
personas participando en comités cívicos y organizaciones de base, así como 3
millones de personas menos trabajando en asociaciones para mejorar la
administración[11]. Una enorme sangría
cívica, sin duda.
Pero
hay una cifra, de entre las muchas que cita Putnam, que es muy reveladora:
mientras que la participación como votantes y como miembros de los partidos
políticos ha disminuido, ha aumentado de modo significativo el dinero recaudado
y gastado en las campañas políticas. En 1964 se gastaron en las campañas
electorales 35 millones de dólares, pero esa cifra alcanzó los 600 millones de
dólares para 1996 y seguramente ha seguido subiendo desde entonces. ¿Porqué se
deja de participar personalmente en los partidos y sin embargo se les da más
dinero?
La
hipótesis de Putnam es que se sustituye el tiempo por el dinero. Putnam lo
explica con las siguientes palabras: “A medida que el dinero sustituye al
tiempo, la participación en política se basa cada vez más en el talonario de
cheques. La afiliación a clubes políticos se redujo a la mitad entre 1967 y
1987, mientras que la proporción de público que contribuyó económicamente a una
campaña política llegó casi a doblarse”[12].
Y
un dato final que nos debería poner a pensar: la disminución más drástica en la
participación cívica se produjo entre las personas con mayor formación
académica[13]. Esto puede resultar
sorprendente, pues podría razonablemente suponerse que a mayor formación
académica mayor disposición a integrarse en asuntos públicos y a asumir un
punto de vista protagónico y no el de un mero espectador. Los datos, sin
embargo, demuestran lo contrario y nos permiten aventurar la hipótesis de que
hace falta algo más que formación académica. El haber pasado por un aula
universitaria no garantiza en modo alguno ciertos niveles de compromiso cívico.
De
forma casi proporcional, la disminución de la participación política y del
compromiso cívico se ha correspondido con un aumento del papel de consumidores
de las personas. Las “necesidades” de consumo se han multiplicado hasta el
infinito y hoy en día abarcan no solamente una parte muy significativa del
presupuesto individual y familiar, sino también nuestro tiempo y nuestros
ideales de vida. Lipovetsky apunta que la fiebre del confort desatada por el
consumismo “ha sustituido a las pasiones nacionalistas y las diversiones a la
revolución”[14].
La
oferta de productos a nuestro alcance se ha multiplicado hasta el infinito. Los
responsables del marketing han sabido crear un escenario en el que todos somos
consumidores y en el que lo ideal es que lo seamos durante la mayor parte de
nuestro tiempo. Cada grupo de edad y cada experiencia vital pueden ser
reconducidos hasta la lógica consumista y encontrar una necesidad por
satisfacer, de forma continúa. El consumismo ha dejado de ser una fuente de
satisfacción de necesidades vitales para pasar a formar parte de nuestra
identidad psicológica y de nuestro estilo de vida.
Es
imposible reflexionar sobre la democracia de nuestros días sin tomar en cuenta
los datos que se acaban de apuntar y con los que Sartori seguramente
coincidiría. Hablamos de democracia teniendo en mente a una ciudadanía
informada, participativa, preocupada por los problemas comunes de la polis y
dispuesta a aportar su parte de sacrificio y colaboración para solucionarlos.
Lo cierto es que esa ciudadanía hoy en día no existe.
Ahora
bien, Sartori nos advierte que los problemas sin duda importantes que afectan
el funcionamiento cotidiano de las democracias no se deben utilizar como
pretexto para hacer una crítica a la idea misma de democracia. Sartori apunta
que el peligro más fuerte al que se enfrentan hoy en día las democracias
proviene de su interior y consiste en confundir la crítica al funcionamiento
democrático con la crítica al sistema democrático como tal.
En
este sentido, apunta el autor, habrá que moderar las apelaciones a lo que puede
ser la “verdadera democracia” oponiéndola a la democracia que tenemos, pues de
esa manera se mina el funcionamiento y las posibilidades de consolidación
democrática, pavimentando la ruta hacia regresiones autoritarias. Sartori nos
exige, por tanto, un balance en las críticas contra las democracias existentes
y una distinción entre la crítica a su funcionamiento y la crítica de su
fundamento y de su valor. Tiene razón, si bien es cierto que alcanzar ese
equilibrio en escenarios de democracias tan mediocres como algunas de América
Latina no parece una tarea fácil.
Sartori
emprende en su libro una consistente defensa de la idea del pluralismo. Las
dictaduras y los sistemas autoritarios, indica, son monocolores. Las
democracias son plurales, multicolores. El pluralismo como valor nos exige
poner en el centro del debate democrático la noción de tolerancia y nos obliga
a mantener separados a la iglesia y el Estado. No puede haber pluralismo ni
tolerancia cuando se acepta que la cosa pública esté gobernada por verdades
reveladas, cuya interpretación corre a cargo de las cúpulas religiosas. La
religión debe tener su lugar y su respeto en toda democracia, pero no puede ser
un instrumento para gobernar[15].
Sartori
critica en su libro las posturas irreductiblemente ideológicas, desacreditando
a quien se esconde tras una ideología para evitar pensar, confrontar ideas,
formarse opiniones propias de manera libre. Y critica también al pensamiento
políticamente correcto, que empobrece y reduce el debate democrático.
Lamentablemente, parece que lo políticamente correcto se ha convertido en la línea
de acción y de pensamiento de la política de nuestros días, y también de la
teoría democrática que se hace en muchos países.
Sartori
se refiere también a los conceptos de izquierda y derecha y vuelve a una tesis
que había anunciado luego de la caída del Muro de Berlín, cuando le preguntaron
¿qué es la izquierda? La izquierda, dice Sartori, es la ética y el rechazo de
la injusticia[16]. La izquierda son los
valores de todos, frente al egoísmo que caracteriza a la derecha. Tiene razón
Sartori, aunque en el mundo contemporáneo habrá que preguntarse qué es lo justo[17].
Si
observamos muchos debates en nuestros días veremos que hay profundos
desacuerdos en temas básicos: los alcances de la libertad de expresión, los
derechos de las personas homosexuales, las políticas de acción afirmativa, el
ejercicio de la libertad de la mujer sobre su propio cuerpo y el tema del
aborto, la disposición de la propia vida a través de la eutanasia, los alcances
de la clonación, la forma de combatir el cambio climático y de relacionarnos
con la naturaleza, etcétera[18].
Lo que parece justo a unos es calificado como el peor de los mundos por otros.
Hay quien señala que la definición de justicia no puede hacerse de forma
teórica, ofreciendo un concepto o una construcción en forma de máximas o
principios, sino que se debe atender a la “experiencia de la injusticia” para
darnos cuesta de lo que debemos evitar y de lo que debemos promover[19].
Al
respecto Gustavo Zagrebelsky advierte que “toda la historia de la humanidad es
la de la lucha por afirmar concepciones diferentes e, incluso, antitéticas de
la justicia; ‘verdaderas’ sólo para aquellos que las profesan…. Detrás de la
apelación a los valores más elevados y universales es fácil que se oculte la
más despiadada lucha política, el más material de los intereses… La historia
enseña que, precisamente, los grandes proyectos de justicia son los que han
dado lugar a las mayores discriminaciones, persecuciones, masacres y
mistificaciones, haciendo aparecer a los oprimidos como opresores y viceversa”[20].
Hay
algunas afirmaciones en el libro que Sartori que resultan desconcertantes y
que, al menos en el caso de una de ellas, probablemente sean falsas. Me refiero
a la idea que sostiene, cuando estudia la relación entre democracia y
crecimiento económico, al afirmar que la democracia puede generar un
empobrecimiento económico de los países y pone como ejemplo a América Latina.
Dicha afirmación, como digo, no tiene base empírica.
Por
el contrario, América Latina nunca había visto tanta riqueza como la que se ha
generado a partir de las transiciones democráticas de los años 80 del siglo
pasado. Otra cosa es que esa riqueza esté mal distribuida (que lo está, sin
duda), pero afirmar que la región es más pobre desde entonces no es verdad.
5 razones para estudiar en el Centro Carbonell
Las
libertades democráticas han traído a América Latina mayor prosperidad y mayor
crecimiento económico, sin que esto signifique que las crisis económicas
recurrentes no hayan afectado el poder adquisitivo de millones de personas. Esa
afectación desde luego existe, pero el conjunto de las economías de América
Latina nunca había tenido desempeños tan buenos como los que se observan en los
últimos 30 años[21]. Simplemente en México,
el PIB per capita llegó a situarse en el 2007 levemente por debajo de los
10,000 dólares, algo impensable unos cuantos años antes.
También
resultan polémicas las afirmaciones de Sartori sobre el multiculturalismo y
sobre la senda suicida del crecimiento demográfico. El multiculturalismo es
pintado por Sartori como incompatible con la democracia, por oponerse al
pluralismo. El exceso de población nos conduce hacia el agotamiento de los
recursos naturales y hacia una crisis ecológica de enormes dimensiones, nos
dice[22].
Ambas afirmaciones son, cuando menos, discutibles. Para empezar, habría que
pedirle a Sartori que sea más claro al explicar lo que entiende por
multiculturalismo. Esa explicación no aparece ni en el libro que estamos
comentando ni en el que el propio autor le dedicó al tema hace unos años[23].
Respecto
del potencial de daño ecológico que comporta el crecimiento demográfico, desde
luego que es imposible negarlo, pero algunos científicos han señalado que la
tierra pueden perfectamente acomodar una población de más de 12 mil millones de
personas (poco menos que el doble de la población actual) sin caer en un
cataclisma que ponga en riesgo la supervivencia de la especie humana. Es decir,
hay que escuchar la advertencia de Sartori, pero dejando a un lado su tono
apocalíptico.
Como
quiera que sea, siempre resulta interesante, útil y formativo recorrer los libros
de Sartori, que es un autor con el que se puede o no estar de acuerdo, pero al
que no se puede dejar de lado. Tanto sus iniciales obras de mayor calado
teórico como sus recientes “panfletos” (la denominación es utilizada por el
propio autor), en los que se interna en temas candentes de las sociedades del
siglo XXI, son referentes obligatorios para el debate democrático y para
comprender las posibilidades que tenemos frente a un futuro inevitablemente
incierto y plagado de peligros.
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[1] Sartori,
Giovanni, La democrazia in trenta lezioni,
Mondadori, Milán, 2008, IX-110 páginas (traducción al castellano, Taurus,
Madrid, 2009).
[2] Carbonell,
Miguel, “La xenofobia constitucionalizada”, Revista de la Facultad de Derecho de México,
número 246, México, julio-diciembre de 2006, pp. 189-204.
[3] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, Madrid,
Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, 2002, p. 34.
[4] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p. 38.
[5] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p.
24.
[6] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., 40.
[7] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p.
41.
[8] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p.
48.
[9] Putnam, Robert D., Solo en la
bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p.
49.
[10]
Putnam, Robert D., Solo en la bolera.
Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p. 50.
[11]
Putnam, Robert D., Solo en la bolera.
Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p. 50.
[12] Putnam,
Robert D., Solo en la bolera. Colapso y
resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., p. 46.
[13]
Putnam, Robert D., Solo en la bolera.
Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, cit., pp. 54-55.
[14]
Lipovetsky, Gilles, La felicidad paradójica.
Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo, Barcelona, Anagrama, 2007, p. 7.
[15] Ver, al
respecto, el interesante argumento de Rodotá, Stefano, Perché laico, Roma, Laterza, 2009.
[16] Sartori, Giovanni, “¿La izquierda?
Es la ética” en Bosetti, Giancarlo (compilador), Izquierda punto cero Barcelona, Paidós, 1996, pp. 99 y siguientes.
[17] Zagrebelsky, Gustavo y Martini, Carlo Maria, La exigencia de justicia, Madrid,
Trotta, 2006.
[18]
Gustavo Zagrebelsky completa este listado con los siguientes temas: “la pena de
muerte, la edad o el estado psíquico de los condenados, las modalidades incluso
temporales de las ejecuciones; los derechos de los homosexuales; las ‘acciones
afirmativas’ a favor de la participación política de las mujeres o contra
discriminaciones raciales históricas, por ejemplo en el acceso al trabajo y a
la educación; la limitación de los derechos por motivos de seguridad nacional;
la regulación del aborto y, en general, los problemas suscitados por las
aplicaciones técnicas de las ciencias biológicas a numerosos aspectos de la
existencia humana; la libertad de conciencia respecto a las religiones
dominantes y a las políticas públicas en las relaciones entre escuelas y
confesiones religiosas; los derechos de los individuos dentro de las relaciones
familiares y así por el estilo”, Zagrebelsky, Gustavo, “Jueces
constitucionales” en Carbonell, Miguel (editor), Teoría del neoconstitucionalismo. Ensayos escogidos, Madrid,
Trotta, 2007, p. 93.
[20] Zagrebelsky, Gustavo, “La justicia
como ‘sentimiento de injusticia’”, traducción de Roberto Pérez Gallego, Jueces para la democracia, número 53,
Madrid, julio de 2005, p. 3.
[21] Los datos correspondientes pueden verse en: http://www.eclac.org/estadisticas/bases/
[22] La tesis es ampliamente desarrollada en Sartori, Giovanni y Mazzoleni,
Gianni, La tierra explota, Madrid,
Taurus, 2003.
[23] Sartori,
Giovanni, La sociedad multiétnica.
Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Madrid, Taurus, 2001.
El legado de Giovanni Sartori