Las leyes más absurdas.
Las leyes más absurdas.
Miguel Carbonell.
A lo largo de la historia se han cometido millones de actos
absurdos utilizando las leyes o buscando justificarlos en el derecho. Un libro
reciente de Alejandro Anaya Huertas reúne un elenco prodigioso e hilarante de
desatinos jurídicos que debería dar lugar a una reflexión muy detenida sobre el
papel de los abogados en el mundo contemporáneo y del mal uso que se le puede
dar a las normas por las que nos regimos en sociedad.
En Estados Unidos, por ejemplo, se ha producido una
verdadera explosión de litigios, que ha llevado hasta los tribunales casos por
demás discutibles. Anaya cita en su libro la demanda de un ciudadano de Orlando
contra su peluquero por un corte de pelo que era tan malo que el afectado
sufrió un ataque de pánico. En otro caso, un juez demandó a una tintorería por
haber extraviado sus pantalones favoritos; la indemnización que pidió fue de 67
millones de dólares.
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conocimientos jurídicos? Mira.
Un joven en Massachusetts roba un vehículo que estaba en un
estacionamiento. Más adelante choca y muere. La familia del ladrón demanda al
dueño del estacionamiento por no haber sido más diligente en las medidas que
tenía que haber tomado para evitar que se robaran los coches.
Una norma en Brasil, en el siglo XIX, prohibía la existencia
de baches en las calles y obligaba a los ciudadanos a tapar los baches o
“cualquier otro hoyo”. En Arabia Saudita una mujer puede divorciarse si su
marido no la provee de café. En China se dispuso que los monjes tibetanos
necesitan permiso para “reencarnar”. En Egipto una mujer puede divorciarse
alegando el mal olor de su marido. En Francia se prohibió ponerle “Napoleón” a
un cerdo. En Finlandia alguna vez fue prohibido el Pato Donald porque no usaba
pantalones. En Alaska es legal matar osos, pero no se puede despertarlos para
hacerles fotografías. En Laos se prohíbe a las mujeres mostrar los dedos de los
pies en público. En Perú prohibieron el consumo de salsas picantes en las
cárceles porque se supone que tienen efectos afrodisiacos, los cuales pueden
ser poco convenientes en las prisiones.
Hay sentencias en las que se le reconoció a una mujer la
propiedad de la luna. En otra, un elefante fue condenado a morir en la horca.
En otra más se analizó la reclamación de derechos de autor de una persona sobre
el silencio. En Inglaterra una ciudadana fue condenada a 8 semanas de prisión
por el exceso de ruido que generaba cuando tenía relaciones sexuales. En Brasil
un tribunal aceptó como prueba absolutoria, en un juicio por homicidio, una
carta dictada por el espíritu de la víctima a un vidente. En Irlanda la policía
impuso más de 50 multas de tránsito a un tal “Prawo Jazdy”, hasta que se dieron
cuenta que “Prawo Jazdy” significa “licencia de manejo” en polaco.
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técnicas de argumentación jurídica, estudiando EN LINEA Mira.
No cabe duda que la enorme cantidad de absurdos jurídicos
que relata Alejandro Anaya demuestra el grado de estupidez de los seres
humanos, pero también el uso distorsionado o perverso que se le puede dar a las
normas jurídicas. Y esa es la lección más importante que nos deja la lectura
del libro y de la que los abogados deberíamos tomar debida nota. Detrás de la
escritura elegante y del enfoque muchas veces cómico del libro, hay una
poderosa llamada de atención sobre los fenómenos jurídicos y sobre el papel
lamentable que en ellos juegan los juristas.
Todos los estudiantes de derecho deberían leer este libro
para darse cuenta de lo importante que es, en el mundo jurídico, que las normas
se concentren en la regulación de los problemas más relevantes, que los
legisladores no intenten imponer sus propios criterios de moralidad a los
ciudadanos, que los tribunales no sean utilizados para reclamaciones absurdas
que bien podrían calificarse como verdaderas extorsiones y que los abogados
–sean jueces o litigantes- cumplan con su papel de guardianes de la justicia,
la libertad y la seguridad de todos.
Esperamos que se escriba un segundo tomo del libro, narrando
los absurdos jurídicos que deben abundar también en México. Sería, sin duda
alguna, un libro que podría ocupar cientos y cientos de páginas. Ojalá se anime
Alejandro Anaya a escribirlo. No se me ocurre nadie más preparado que él para
hacerlo. Por cierto, su libro se titula “Jueces, Constitución y absurdos
jurídicos” y lo acaba de publicar la Editorial Porrúa.