Las mil y una inseguridades en México.

Las mil y un inseguridades en México.

Miguel Carbonell.

(Publicado en la página web ADN político el 9 de mayo de 2013)

Un día estalla una pipa de gas y nos parece algo extraordinario. Las aparatosas imágenes del área afectada y las lamentables muertes de personas que estaban alrededor del trágico suceso nos conmueven. Los medios de comunicación le dan una gran cobertura. El gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, prefiere no ver al Papa y regresa lo antes posible de Roma. Se multiplican las declaraciones de duelo y los reproches al chofer, a la empresa, a la policía, a quienes vivían cerca y hasta a quienes iban pasando.
La tragedia de Xalostoc no tendría que haber sucedido y de hecho no hubiera pasado en casi ningún otro país del mundo.
Sucede, sin embargo, que en México vivimos rodeados de permanentes factores que agravan la inseguridad para las personas.
A veces pensamos que la inseguridad para nosotros y nuestras familias es algo que deriva del alto número de delitos que se cometen en el país; tenemos una visión primordialmente penal de la inseguridad, lo cual es un grave error.
Lo cierto es que la inseguridad va mucho más allá de los temas delictivos y penales.
La inseguridad está en las reglas de tráfico que son permanentemente violadas y que dejan a miles de personas muertas sobre el asfalto cada año.
La inseguridad está en los alimentos que comemos y en el agua que tomamos, los cuales carecen de cualquier mínima supervisión y control; por eso es que a los mexicanos nos resulta sorprendente y hasta inconcebible que en otros países la gente tome agua de la llave y no pague por agua embotellada: en México hacer eso es correr un riesgo no menor de contraer una enfermedad intestinal severa.
En el mismo contexto cabe señalar que la forma de sacrificar animales para consumo humano que se practica en México estaría fuera de la ley en muchos países (los llamados “rastros” son zonas que, en algunos casos, parecen estar ajenos a todo control sanitario). Corremos un riesgo cada vez que nos bebemos algo o abrimos la boca para comer.
La inseguridad está también en las pésimas condiciones de nuestros hospitales, que solamente de forma limitada cumplen con los protocolos de limpieza y atención a enfermos. Hay establecimientos de salud cuyas condiciones hacen que sea un riesgo severo para nuestras vidas poner un pie en ellos.
La inseguridad está en la falta absoluta de control en la venta de sustancias nocivas: desde inhalantes, hasta drogas prohibidas, desde medicamentos caducados hasta botellas de alcohol adulteradas o cigarros piratas.
La inseguridad está en una administración pública que permite la corrupción, pues de esa forma se alientan las construcciones irregulares, la venta de productos de contrabando, la instalación de comercio informal, la evasión de impuestos, el funcionamiento de taxis piratas que lo mismo sirven para transportar personas que para practicar secuestros express, la venta de alcohol y drogas a niñas y niños, la apertura de estancias infantiles sin salidas de emergencia o medidas de protección civil (recuerden el caso de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora) y un largo etcétera.
Podemos hacernos los indignados con la tragedia de Xalostoc, pero lo cierto es que pudo haber pasado mil veces antes y puede volver a pasar mil veces más. Tragedias como esa, quizá menos aparatosas y con mucha menor atención mediática, terminan con la vida de miles de personas en México todos los años, sin que nadie parezca dispuesto a hacer algo.
Lo que necesitamos con urgencia son protocolos de actuación y políticas públicas que tengan un único objetivo: ofrecer mayor seguridad para las personas.
Construir un país viable implica, sobre todo, que sus personas vivan bien y no sean agredidas continuamente por efecto de los múltiples peligros que las acechan.
Si una sociedad no ofrece eso, entonces no ofrece nada. Si no hay seguridad personal y familiar, de nada sirve que crezca la economía o que haya cientos de nuevas reformas constitucionales.
Lo primero es la persona y punto. Pero en eso hemos fallado estrepitosamente en México. Es tiempo de retomar la agenda, en el sentido más posible, de la seguridad para las personas. Ojalá no nos demoremos.

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