¿Y el Mandela mexicano?
¿Y el Mandela mexicano?
Miguel Carbonell.
Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC.
Es difícil de imaginar que un hombre que pasó 27 años de su
vida encerrado en una cárcel se haya convertido en un signo de esperanza
mundial y en el político más admirado de nuestro tiempo.
Nelson Mandela supo ser generoso. Lo fue antes de pasar ese
largo encierro en la cárcel de Robben Island, en condiciones durísimas. Lo fue
todavía más, una vez que recobró la libertad y se hizo con el poder en
Sudáfrica.
No fue vengativo. No dispuso del aparato del Estado para
reprimir a sus carceleros o a quienes habían tratado como esclavos a los de su
raza. Por el contrario, supo conciliar a una nación que presentaba enormes
heridas históricas.
Sudáfrica, luego del ominoso régimen del apartheid, no apostó
tampoco al olvido Organizó una comisión de la verdad y la reconciliación,
encabeza por Desmond Tutu, que ha sido un ejemplo citado a nivel mundial sobre
lo que puede significar la justicia del perdón. En público hablaron
torturadores y torturados, asesinos y familiares de las víctimas. Se pidieron
perdón, se abrazaron y lloraron juntos. Por encima de su dolor, de sus
diferencias y rencores, pusieron el interés de un pueblo que anhelaba la paz.
Eso es lo que supo inspirar Nelson Mandela, en la parte final de su fecunda y
ejemplar vida.
En 1996 Sudáfrica promulgó una nueva Constitución que ha sido
citada como una de las mejores del mundo. Y tiene una Corte Constitucional
cuyos fallos en defensa de derechos sociales como la salud y la vivienda se
estudian en universidades de América y Europa.
¿Qué es lo que permite que de pronto surja una personalidad
como Mandela? ¿qué fibra moral debe tener un pueblo para contar con líderes de
esa enorme estatura? ¿qué hemos hecho mal en México para situarnos a tanta
distancia? ¿cómo es que ningún político mexicano es capaz de inspirar ni un 1%
de toda la admiración que Mandela suscitó a lo largo de su vida?
¿Y si Mandela hubiera nacido en México? ¿cómo habría salido
luego de haber pasado 27 años en una de nuestras cárceles? ¿qué posibilidades
reales tiene un expresidiario mexicano de convertirse en Presidente de la
República? ¿qué mecanismos existen entre nosotros para reconocer el dolor y la
dignidad de quienes han sido víctimas de un delito o tienen a algún familiar
desaparecido y viven día tras día una tremenda angustia? ¿se imagina el amable
lector a Nelson Mandela intentando hacer avanzar cualquier iniciativa a través
de nuestras Cámaras legislativas? ¿se lo imagina negociando con gobernadores,
presidentes municipales y líderes sindicales?
Cuando seamos capaces de responder esas preguntas será
evidente la razón por la que nunca ha habido ni es probable que exista un
Nelson Mandela mexicano. Hay algo que no estamos haciendo bien. Puede ser la
avaricia de los políticos, puede ser el desinterés de la gente, puede ser la
mezquina mediocridad de los medios de comunicación, la corrupción generalizada,
el resultado de décadas de políticas educativas mal encaminadas, etcétera.