No todo se puede comprar.

No todo se puede comprar:
un libro de Michael Sandel.

Miguel Carbonell.

Twitter: @MiguelCarbonell
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¿Le parece justo que uno pueda pagar por arrojar basura a los ríos o por contaminar el aire que todos respiramos? ¿debería la ley permitir que las mujeres alquilen sus úteros para desarrollar seres humanos que, al final de un embarazo, serán comprados por parejas ricas que no pueden tener hijos por sí mismas? Tomando en cuenta las largas listas de espera que existen en el IMSS o en el ISSSTE, ¿deberían ponerse a la venta boletos para que las personas que puedan pagar se ahorren la espera y obtengan de inmediato la cita con un especialista? ¿cree Usted que debe permitirse que un cazador mate a un rinoceronte negro (especie en peligro de extinción) a cambio de 150 mil dólares entregados a una comunidad pobre en un país africano? ¿deberíamos pagarles a nuestros hijos para que saquen buenas calificaciones? ¿qué pasaría si la SEP decidiera darle 100 pesos a cada alumno de secundaria por cada libro que hubiera terminado y comprendido satisfactoriamente?
Estas y muchas otras preguntas parecidas forman parte de la reflexión que hace el reconocido profesor de la Universidad de Harvard Michael Sandel en su último libro (What money can´t buy. The moral limits of markets, 2012).
Sandel nos advierte que estamos pasando de una “economía de mercado” a una “sociedad de mercado” en la que cada vez más ámbitos de nuestra vida quedan sujetos a la lógica economicista de la oferta y la demanda. Aunque se trata de un argumento que tiene un significado mayor en Estados Unidos y otras sociedades desarrolladas, lo cierto es que debería llamarnos la atención también en México y otros países de América Latina, ya que tenemos la tendencia a copiar (casi siempre mal y con retraso) lo que hacen nuestros vecinos del norte.
La lógica del mercado ha llevado a que se libren guerras mediante la contratación de ejércitos privados. En Irak y Afganistán el gobierno de los Estados Unidos transfirió miles de millones de dólares a empresas que proveían servicios de todo tipo (desde la provisión de comida y telecomunicaciones, hasta la práctica de interrogatorios a detenidos que muchas veces terminaban en abominables actos de tortura). ¿Es esto justo o racional?
Es urgente que exista un debate público sobre los límites que deben tener los mercados y sobre todo aquello que, por tener un valor incalculable, no debería ser objeto de transacciones económicas.
¿Qué pasa si una persona decide que puede pagar las multas previstas por la ley para contaminar el agua o el aire? ¿qué clase de mensaje le manda un padre a sus hijos si les paga por sacar buenas calificaciones o por leer un libro? ¿qué sucede cuando una sociedad vende a las personas más ricas el derecho a consultar a un médico sin esperar o a brincarse la fila para obtener un crédito para vivienda?
En todo lo anterior hay no solamente un cálculo sobre costos y beneficios económicos, sino un asunto vinculado (hay que decirlo con todas sus letras) con la corrupción. A veces pensamos que la corrupción se produce solamente cuando un particular le da dinero o bienes a un funcionario público, para acceder a algún beneficio que de otra manera no podría obtener. Es la forma más conocida de la corrupción, pero no la única. También son actos de corrupción todos los que envilecen la vida pública y privada al ponerle precio a cosas que no lo deben tener.

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No puede ser objeto de cálculo mercantil la sonrisa de un niño o la satisfacción que obtenemos al abrazar a la persona que amamos. No se puede calcular (aunque hay muchas personas que lo hacen, desde luego) los ingresos y pérdidas que nos reportará casarnos o divorciarnos. No podemos dejar a la lógica del mercado cuestiones como el cumplimiento de nuestros deberes cívicos más esenciales: no podemos vender el voto o alquilar la libertad de expresión de nuestros más importantes intelectuales, sin que la democracia se venga abajo y deje de existir.
En una época en que la información económica ocupa por entero las primeras planas de los periódicos y en la que se habla de crisis como antes de hablaba de calidad de vida, es importante recapacitar el modelo de sociedad en el que queremos vivir. Cuando los gobiernos hacen todo para no molestar a “los mercados”, mientras los ciudadanos pierden sus casas, ven recortados sus derechos y sufren inconcebibles privaciones, la democracia está en riesgo inminente.
Michael Sandel ya nos había obsequiado en el 2009 con un libro indispensable para comprender el significado de lo que es la justicia; ahora nos convoca a pensar si el rumbo elegido por muchos países es el adecuado o si le estamos dando más importancia a los mercados de la que merecen. Es una reflexión que nos urge a todos realizar, si queremos vivir una existencia que valga la pena y en la que no todo tenga precio.


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